Equivocarse es de sabios, y de líderes [Fernando Botella, CEO de Think&Action]

Fernando Botella
Business Trainer, experto en formación, speaker y CEO de Think&Action.
sage

¡Que tire la primera piedra quien no se haya equivocado nunca! ¡Quien no la haya pifiado haciendo aquello que no sabía hacer o que creía saber hacer muy bien! El error está en la naturaleza del ser humano. No porque estemos mal diseñados o seamos dejados e irresponsables, sino porque es nuestra manera de aprender.

Meter la pata es una de las píldoras de conocimiento más efectivas que existen y, de hecho, la dinámica prueba-error es la que ha permitido avanzar a la humanidad desde los albores de los tiempos. La ciencia se sustenta en el fallo como unidad básica para el avance, es el motor del progreso.

Experimentar no es otra cosa que poner a prueba hipótesis sobre las que no se tiene ninguna certeza, comprobar sobre el terreno su validez o no, para confirmarlas, refutarlas o ir introduciendo nuevas variantes con cada premisa fallada hasta dar con la solución. A veces, interminablemente y sin llegar a ningún resultado satisfactorio.

Lo que nos diferencia de los animales

Esa capacidad para extraer aprendizajes del error es uno de los rasgos que distinguen a la especie humana de los animales. Se trata de algo que aprendemos desde muy niños, cuando empezamos a balbucear palabras por repetición, y maltratamos el idioma aplicándolo de manera intuitiva, hasta  que lo vamos puliendo poco a poco gracias de las cariñosas correcciones de los adultos de nuestro entorno. Cuando nos tiran a la piscina sin saber nadar bien o nos quitan los ruedines de la bicicleta y nos dejan a merced de una primera caída casi inevitable.

Y no pasa absolutamente nada. Nadie nace ya sabiéndolo todo. Se necesita pinchar en hueso unas cuantas veces para alcanzar la maestría en cualquier disciplina. Caerse para levantarse más fuerte y más sabio. Ya se lo decía el oso Baloo, posiblemente uno de los mejores coach que hayan existido, a Mowgli: las personas inteligentes se recuperan rápidamente de un error; de lo que es más difícil recuperarse es de un éxito.

El problema está en que, a medida que crecemos, vamos perdiendo esa inocencia que nos hacía invulnerables ante el error y nos inmunizaba frente a los juicios de los demás cuando tropezábamos. Cuando éramos osados y nos atrevíamos a equivocarnos porque sentíamos que cada traspiés servía para reinventarnos en una versión más avanzada de nosotros mismos.

Pero al llegar a la edad adulta, en cuanto alcanzamos un cierto grado de eso que se llama estatus, esa osadía muchas veces desaparece. De pronto, nos aterroriza equivocarnos porque pensamos que el error nos expone y nos hace vulnerable. Que seremos juzgados y sancionados por no tener ya, como nos hemos empeñado en demostrar una y otra vez, todas las respuestas correctas.

Lo operativo es equivocarse pronto y rápido

No es ese el camino, ni mucho menos, que sigue la economía en esta nueva era VUCA, en la que el cambio permanente y la incertidumbre constituyen la nueva normalidad. En ese entorno incierto y volátil, el error vuelve a ser el hábitat natural en el que se desenvuelven las personas de éxito. Sin nada permanente a lo que aferrarse, salvo la propia noción del cambio, el profesional se convierte en un ciudadano beta que vive y trabaja en continuo estado de experimentación.

La gran diferencia respecto a etapas anteriores está en la velocidad. Vivimos una etapa dominada por la iteración. En el actual escenario, lo operativo es equivocarse pronto y equivocarse rápido, para inmediatamente desechar aquello que no funciona y avanzar hasta el siguiente nivel de aprendizaje.

La innovación no espera a los dubitativos ni a los timoratos. Es un tren de alta velocidad que parte sin esperar a que la estación esté terminada ni las vías completamente tendidas. Los verdaderos avances se construyen sobre el terreno, aún con el cemento caliente, mediante el aprendizaje exprés que da el vértigo de saltar al vació sin red.

No es casualidad que las compañías más innovadoras, aquellas que marcan la diferencia con su liderazgo y su inspiración, tengan implantada una política de alta tolerancia al error en sus plantillas. Son culturas organizativas sin complejos, que han sabido instaurar un clima de confianza en el que, en lugar de sancionar el error, se fomenta y anima a las personas a que propongan sus ideas y expresen abiertamente su punto de vista.

La gran ventaja competitiva de estas empresas está en que han comprendido que es mucho más fácil que la innovación surja de la colaboración entre un amplio colectivo de empleados alineado y comprometido, que de una élite de “genios”  que se arroga en exclusiva el derecho a alumbrar las mejores ideas.

El salto al abismo del líder

El papel de los líderes es fundamental en este camino construido a base de pifias útiles. Son ellos los primeros que deben tener el valor para lanzarse al abismo de lo incierto, a errar y superar rápidamente esas premisas equivocadas. Su ejemplo servirá de inspiración para que sus colaboradores sigan ese mismo camino por el alambre con confianza y sin miedo.

Los beneficios que para la empresa supone contar con ese tipo de líderes son incontables, pues con ellos se abre una vía de aprendizaje permanente y de crecimiento exponencial para todo el equipo. No podemos olvidar que solo se equivoca el inconformista, aquel que no se resigna a recorrer una y otra vez los mediocres caminos de lo ya testado y del resultado esperable. Ninguno de los grandes avances de la humanidad llegó sin arriesgar. A veces, todo.

Hay que arriesgar y estar atento a las oportunidades que surgen de nuestras equivocaciones. Porque los errores más provechosos se producen en la frontera de la consciencia. Son producto de imprevistos, de variables que no podemos controlar completamente y de ese desafío insondable que constituye cada nuevo territorio inexplorado.

Muchos de los grandes avances de la humanidad han sido producto de afortunadas casualidades, de serendipias, de nuevos caminos que se abren ante nosotros sorpresivamente. El cerebro debe estar atento a estas señales para aprender a leerlas, comprender sus causas y sus efectos, y adaptarse rápidamente a sus exigencias. Aprender a sacar provecho de esos cambios de rumbo y a convertirlos en nuevas opciones. Usar el error para ajustar y acertar la próxima vez.

El error no se practica, sino dejaría de ser error para ser una irresponsabilidad. El error, tan solo, se comete, porque “se está en ello”, haciendo que algo pase. Quien no hace nada no se equivoca.

Se suele decir que rectificar es de sabios. No es del todo cierto. Porque la verdadera sabiduría reside en equivocarse y saber convertir esas equivocaciones en aprendizajes.

Salir de la versión móvil